¡Oh, mei dei!


- Oh, lúgubre señor nacido para ascender hasta la más alta cima del universo. Muestra todo tu esplendor.-

Él, sólo mostró aquello inmenso que muchos de nosotros hoy día, no entendemos cómo fue.

El hombre, o lo que quiera que haya sido este magnífico ser, ha dejado tras de sí, en el recuerdo calcino de sus huesos un sin fin de obras que nadie recuerda, puesto que destacó en otras artes más que en la poesía.

Y su recuerdo traigo yo, el de ése que un día fue llamado Miguel Ángel Buonarroti y que hoy, después de cinco siglos, es mentado de nuevo por un servidor. El David con su terribilitat se dejan ver en estos sonetos, bajo un estilo muy personal, áspero, cruel e incluso irónico.


SONETO I

Grato y feliz, a tus feroces males

contender y vencer me fue otorgado;
ahora triste, a menudo, el pecho baño
contra mi voluntad, y sé ya cuanto vales.
Y si los dañinos y pretéritos dardos
no causaron grave quebranto al corazón,
puedes ahora tú mismo a golpes vengarte
con estos ojos bellos, asestándolos mortales.
Cual de muchos lazos y de muchas redes
un leve pajarillo por maligna suerte
años escapa para luego morir más malamente,
igual conmigo Amor, cual veis, señoras,
un tiempo, se me ocurre, me ha guardado,
por darme en esta edad más cruel muerte.


SONETO II

¡Cuánto se goza, alegre y bien tejida
sobre cabello de oro, de flores, la guirnalda,
unas a otras empujándose adelante
por besar las primeras su cabeza!
Contento todo el día está el vestido
que el pecho agrieta y que aún se alarga,
y lo que de oro hilado se pregona
cuello y mejillas de tocar no cesa.
Pero más alegre la cinta que se goza,
con dorada punta, de tal modo hecha,
que aprieta y toca el pecho al que enlaza.
Y el cinturón sencillo que se anuda
parece que se diga: Aquí ceñiré siempre.
¡Qué no será lo que mis brazos hagan!