Qué sentido tiene pensar en la muerte,
si aún estoy vivo.
Qué sentido tiene torturarse hasta el delirio,
si absolutamente nadie se dolerá por mí.
Qué sentido tiene tan siquiera respirar
cuando el aire está contaminado o
qué sentido tiene intentar cambiar algo
que inevitablemente es imposible.
Qué sentido tiene escuchar música
sin sentir apenas lo que ésta te transmite.
O sinceramente, qué sentido tiene
forzarse a amar cuando te encuentras vacío.
Qué sentido tiene admitir vagamente
que somos bondadosos, si las guerras,
sociales y sangrientas acaban con la paz y
algo quizás menos idílico: la democracia.
Porque, qué sentido tiene creer que
vivimos en libertad cuando la desfachatez,
la sinrazón y el olvido han colmado nuestras calles
bajo la cínica mirada del estamento privilegiado.
Porque, a fin de cuentas,
qué sentido tiene hablar de evolución,
cuando llevar a cabo una globalización es imposible,
y no es factible la igualdad entre todos.
Y así, en resumidas palabras,
no es lógico afirmar que todos queremos un mundo mejor
si ni tan siquiera hemos meditado
dónde va a parar nuestro esfuerzo.
Porque el esfuerzo, siempre bajo sudor y lágrimas,
no tiene por qué ser directamente proporcional
al mérito de conseguir con mucha suerte,
reestructurar nuestro maravilloso SISTEMA.