Veritas in bucca pueris est...


Mirada cómplice, mirada tierna. Mirada de niño, de faz transparente. Nada tiene que ocultar. Sólo sus ojos ya delatan lo que sus labios callan mientras que su nariz achatada respira con intranquilidad porque se siente observado.

¿Por qué en la boca del niño está la verdad?

Porque el niño no siente reparo si en sus palabras erra por hacer un comentario inoportuno. Porque el niño no conoce la maldad, no se siente corrompido por lo que le rodea. Sólo asiente cuando su madre le prepara el trozo de pan que le corresponde para el recreo.

El pequeño no entiende de clases sociales ni de máquinas que reproducen juegos en tres dimensiones. Porque el niño no concibe que sus padres tengan problemas para llegar a fin de mes, puesto que él se tranquiliza si el peluche que tiene para dormir no le falta cada noche.

Por eso, en la boca del niño está la verdad, porque las cosas son transmitidas tal y como las entiende, sin necesidad de adulterar el conocimiento de algo para no crear dolor. Al niño se le perdona, porque no sabe lo que dice...

Pero en la boca del niño está la verdad absoluta, mientras que los adultos dudamos de ella en muchas ocasiones.

Y es que... con esa cara, ¿cómo no va a decir la verdad ese niño?

Nosotros no tenemos los ojos bondadosos con los que nos mira.

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